SOBRE EL CONOCIMIENTO DEL COMUNISMO POR PARTE DE LA CLASE OBRERA DE NUESTRO PAÍS.

Enrique Velasco

La vertiente institucional del movimiento obrero actual en nuestro país. El papel  que juega.-

El primer grupo de trabajadores al que vienen referidas las instituciones del movimiento obrero español, son aquellos que prestan su trabajo por cuenta ajena, o sea, por cuenta de un empresario. Son los trabajadores de la producción capitalista.

¿Qué significan para estos trabajadores las instituciones del movimiento obrero?, ¿qué esperan de ellas?, ¿qué pueden esperar?

El primer lugar, del sindicato esperan, que negocie en su nombre con el empresario, o con la asociación de empresarios, las condiciones concretas de su trabajo; estableciendo por sectores, a través de los convenios colectivos, la jornada, los salarios, las vacaciones, los rendimientos, etc. El sindicato, igualmente los asesorará y defenderá en cualquier asunto que surja con el empresario. El sindicato estará, igualmente en su nombre, en otras altas instituciones (Consejo Económico y Social Europeo, asesor de los órganos superiores de la Unión Europea; y en la Organización Internacional del Trabajo – O.I.T.) para hacer oír la voz de los trabajadores en esos niveles.

Cuando todas estas acciones, o alguna de ellas, no alcanza su finalidad, el Sindicato propone acudir a la huelga, el cese temporal en el trabajo, para mejor presionar sobre el empresario; organizando su anuncio, las condiciones de su desarrollo, llevando las negociaciones que se puedan producir durante la misma, así como, el momento y la forma de poner fin a la misma.

¿Pueden esperar los obreros de los sindicatos, que a través de todas estas acciones, los lleven hacia el comunismo? No. Estas acciones no apuntan, ni de lejos ni de cerca, hacia el comunismo.

¿Pueden esperar de ellos que les ayuden, con estas acciones, a combatir y destruir el capitalismo? No. Por el contrario, se trata de hacerlo funcionar mejor; que se trabaje mejor; que el empresario gane más, y los trabajadores también. La acción de los Sindicatos no apunta a la debilitación y destrucción del capitalismo, sino a su mayor ajuste y desarrollo.

Sin embargo, con frecuencia, suelen expresar públicamente su anticapitalismo (unos más que otros). ¿Esto qué significa? Seguramente su recuerdo de cuando eran anticapitalistas. Hoy, la práctica, la experiencia, el papel que realmente juegan, les ha hecho más cuidadosos con sus expresiones (antes, las empresas multinacionales eran el gran enemigo, hoy desean que abran centros de trabajo en nuestro país). Quizá no han olvidado el proyecto comunista, el proyecto de un mundo regido por los trabajadores; aunque su práctica les obligue a colaborar en un proyecto, el capitalista, que no les entusiasma. Este rescoldo puede ser un suelo favorable para el cultivo de proyectos comunistas atrevidos y viables.
                               
En segundo lugar, como instituciones del movimiento obrero, están los partidos políticos.

¿Qué esperan, o pueden esperar los trabajadores del Partido Socialista Obrero Español o del Partido Comunista (Izquierda Unida)?

Esperan que las instituciones centrales (Parlamento, Gobierno), donde estos partidos tienen presencia, vayan señalando condiciones generales de vida (vivienda, trabajo, sanidad, pensiones, educación) los más favorables posible para los trabajadores, sabiendo, no obstante, que todo esto ha de ser consecuencia de que a los empresarios les vaya bien o muy bien. El camino hacia esas mejoras generales, pasa por una mayor productividad del trabajo, por lo tanto, se trata- dirán estos partidos- de trabajar mejor para vivir mejor.

¿Se puede esperar, de esas actuaciones que estos partidos nos lleven hacia el comunismo? No. Todo lo contrario, con estas actuaciones, no hacen otra cosa que mejorar la gestión de la producción capitalista, y ayudar a su desarrollo.

Ambos partidos, no obstante su práctica, tienen a sus espaldas antiguos proyectos, nacidos en contra del capitalismo, y cuyo desarrollo nunca encontró, ni el lugar ni el tiempo adecuado. Es, asimismo, un rescoldo de fácil acogida a cualquier proyecto viable que apunte al protagonismo de los trabajadores, no solo en la gestión, sino en la dirección de la producción, y como consecuencia, de todo el aparato institucional.

El segundo grupo de trabajadores con que se encuentran en la producción española las instituciones del movimiento obrero, son los trabajadores por cuenta propia en procesos individuales de trabajo. Los más numerosos realizan su actividad en el campo, pero también los hay en el transporte, comercio, artesanía, servicios.

Se trata de una forma de trabajo no capitalista, y por lo tanto, en principio, el sindicato no les es preciso, como institución, para reproducirse (no tienen que enfrentarse al empresario).

Es una forma de trabajo, cuya mayor debilidad viene del bajo nivel de productividad, comparado con el proceso de trabajo capitalista. En la mayor parte de sectores compiten con él.

Esto tiene como consecuencia su enorme dependencia del capital, sobre todo a través de las instituciones que lo reproducen. El Ministerio de Agricultura, el de Industria, el de Trabajo, como grandes instituciones del capital, son las que se hacen cargo de suplir estas debilidades, compensándolas con  subvenciones, ventajas en el pago de impuestos, en el consumo de energía, en los seguros, etc.

En este sentido, como vemos, su dependencia del capital, no es directa, sino a través de las instituciones. De ahí se deriva su frecuente anticapitalismo superficial, y sin embargo, su total dependencia de las instituciones para poder sobrevivir.

Esta inseguridad en su funcionamiento autónomo, en su reproducción (tienen muy claro que el capital se los va comiendo, y que cada vez son menos, y con menos fuerza), hace que, unas veces apoyen a los partidos socialdemócratas y otras a los del empresariado, según entiendan cuál de ellos le ayudará más desde la dirección de las instituciones.

Estos trabajadores, sobre todo los campesinos, al no tener proyecto propio, han sido en toda Europa, considerados como parte propia de otros grupos distintos. Los partidos de los empresarios siempre han tratado de considerarlo como fuerza propia, y los comunistas, con frecuencia los han contado también entre los suyos.

¿Qué pueden esperar estos trabajadores de los partidos socialdemócratas, P.S.O.E y P.C.E ?

En cuanto estos partidos tienen influencia en las instituciones reproductoras (de ellos y de los trabajadores del capital) – a veces llegan a dirigirlas -, han de esperar las mejores condiciones, siempre, claro, respetando las exigencias del capital.

Como ven, para sí mismos, un porvenir oscuro (el capital les va quitando terreno constantemente), no tienen proyecto propio a largo plazo, y se centran, como vemos en el caso de los campesinos con las subvenciones europeas, en el corto y medio plazo (los hijos, normalmente no siguen la profesión del padre).

Esto es lo que esperan y pueden esperar de unos partidos que tienen una práctica socialdemócrata.

Pero estos dos partidos tienen una historia, y un imaginario, en  el que cabían, y caben, formas de trabajo que permitan, al mismo tiempo, hacerlo por cuenta propia, y el hacerlo en forma asociada para superar las limitaciones a la productividad, propia de los procesos de trabajo individuales.

Este fue, quizás, el problema más grave que se planteó a Lenin, cuando buscó una solución comunista al proceso de trabajo individual. Seguramente no se disponía en ese momento, ni de las condiciones técnicas, ni de la madurez teórica, que han proporcionado las numerosas experiencias posteriores.

El problema, como hemos visto más atrás, no era un problema campesino; era un problema general: la baja productividad del trabajo.

Los capitalistas rompieron esta barrera, con sus medios materiales y con sus métodos, y consiguieron lo que ellos mismos llamaron la revolución industrial. En realidad, no era “la” revolución industrial, sino “su” revolución  industrial. ¿Y la revolución agrícola, por qué no la hicieron? Sí que iniciaron la penetración del capital en la agricultura, pero a un cierto nivel se les paró; los ritmos, los ciclos materiales del campo no podían seguir la loca carrera que consiguió la industria. Y el trabajo por cuenta propia se quedó clavado en el campo, y en él se lo encontró Lenin, y en él nos lo encontramos en la Europa de hoy.

La revolución industrial no la hicieron los trabajadores, sino que la dirigieron los dueños de los medios materiales del trabajo, imponiendo sus condiciones, sus intereses a los de los trabajadores. Los límites a la productividad individual en la industria no los rompieron los artesanos, los trabajadores. No sabemos cómo, ni cuándo hubieran roto estas barreras los propios trabajadores, con sus medios materiales y con sus métodos.

Lenin y sus colaboradores del Partido Comunista hicieron una propuesta, incitaron, a los campesinos rusos, a que hicieran su “revolución campesina”. Tenían sus medios –la tierra era suya, y sus aperos y animales también-, y las instituciones (el Gobierno y el Partido) proponían reforzar esos medios, y ayudar en los métodos, en la forma de hacer.

El ritmo que querían los bolcheviques para el crecimiento de la industria, exigía a la agricultura un ritmo parecido. El mando único y vertical, heredado del capitalismo industrial europeo, permitió que la industria rusa alcanzara un crecimiento extraordinario de la productividad, a costa, es cierto, de copiar los métodos del capitalismo. Pero la agricultura era otra cosa, los campesinos no eran los obreros industriales, “educados” ya en los métodos capitalistas. Ellos habían de encontrar su camino para superar los límites de su baja productividad.

Eran dos caminos posibles.

Uno, el camino copiado del capitalismo. Otro, el camino elegido y creado por los propios trabajadores. Stalin eligió el primero y lo impuso a los trabajadores. Estos, igual que los trabajadores de la industria, vieron cómo les venía impuesta una organización del trabajo en la que ellos no decidían nada.

Como ya hemos visto, esta experiencia no acabó bien para los obreros, ni para los campesinos, que setenta años después, esperan la ocasión de ensayar “su” experiencia, en la que ellos decidan cómo organizar su asociación para, juntos, romper el límite de su baja productividad.

Esta experiencia de los comunistas rusos, puede animar a los partidos socialdemócratas españoles a trabajar con los campesinos españoles en este camino de asociación, cooperación en el trabajo, y ensayo de un modo de trabajar, no capitalista, y que, con toda propiedad se le puede llamar socialista o comunista

 

El tercer grupo de trabajadores con los que se encuentran los partidos socialistas y comunista en nuestro país son los de las cooperativas o sociedades laborables.

Se trata de asociaciones de trabajadores, dueños de sus medios de trabajo.

Estas dos características, ser dueños de sus medios de trabajo, y hacer éste de manera asociada, convierten a estos trabajadores y su forma de producir, en una figura del máximo interés.

Son trabajadores por cuenta propia, y en esto se parecen a otros trabajadores que ya hemos visto: campesinos y artesanos (y, como hemos visto, en otros muchos sectores).

Pero no intervienen en procesos de trabajo individuales, sino en procesos colectivos; y en esto se parecen a los trabajadores del capital.

No tienen el gran inconveniente de los primeros: su baja productividad, proveniente de las limitaciones propias de un proceso de trabajo individual.

No tienen el grave inconveniente de los segundos: lo que producen no es de su propiedad sino del empresario.

Al ser dueños de sus medios de trabajo, y ser ellos mismos los trabajadores, los productos de su trabajo les pertenecen, lo que quiere decir que pueden dominar, controlar, la reproducción del proceso de trabajo, y por lo tanto, su propia reproducción.

Si pueden dominar la reproducción de su proceso de producción, quiere decir que pueden dirigir las instituciones que dan forma a esa reproducción.

Los rasgos teóricos que estamos dando, permiten apreciar que estamos hablando de una forma de producir, capaz de funcionar sola, de reproducirse con sus propios recursos; que no necesita apoyarse en ninguna otra para existir, y que tiene, por tanto, capacidad para extenderse, sin más obstáculos que los que le presenten las otras formas de producir; encerrando, asimismo, la posibilidad de una convivencia cómoda con las otras dos formas de producir.

Teóricamente, se trata de la figura de trabajador que tiene la posibilidad de echar a andar en la senda de la construcción del comunismo, al reunir las condiciones que señala el socialismo marxista.

Lenin lo entrevió, al considerar teóricamente a las cooperativas; pero el comunismo que iban montando en ese momento en Rusia, partía de unas condiciones muy complicadas. En ese momento, era materialmente imposible, culturalmente imposible, que los trabajadores rusos, (obreros y campesinos) iniciaran la colocación de los cimientos del comunismo. Sus representantes, el partido comunista, eligieron un camino, que impedía la labor propia de los trabajadores, al sustituir su labor lenta y profunda, por los proyectos rápidos elaborados por la plana mayor del partido, a los que solo se podía contestar ejecutándolos.

El trabajador ruso no se encontró con las condiciones que hoy tiene un cooperativista europeo, español.

El partido comunista ruso colocó al obrero y al campesino en el centro de la revolución. Pero los colocó como beneficiarios de ella, no como protagonistas. Lo primero es complicado (y lo fué), pero lo segundo es mucho más.

El partido comunista ruso pudo ordenar y dirigir la producción, no porque era un partido político (que es una institución), sino porque era el dueño de todos los medios de trabajo. Los trabajadores solo eran sus empleados.

El partido comunista español y el socialista, no son hoy, en nuestro país, más que una institución, y están, por tanto, al servicio de la producción. Y, en la producción, están, principalmente, al servicio de quien en la producción aparece como el dueño de los medios de trabajo.

Su posición, por lo tanto, es muy distinta de la del partido ruso, respecto a los trabajadores.

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